jueves, 17 de febrero de 2011

TAUROMAQUIA ES ARTE


Fischl

En realidad, ninguna de las artes -la poesía, la música, la pintura, la escultura, el baile, el toreo- pertenecen al tiempo ni al... espacio, mientras que nosotros sí; de ahí su dificultad extrema, ya que tanto creadores como gustadores tendremos que llevarlas a cabo y gustarlas en una especie de terreno de nadie, desértico, de una soledad radical, aunque no dramática, sino rica y vívida. Escribir poesía o música, pintar, modelar, bailar, torear, e incluso todo ello hacerlo magistralmente, no es que sea fácil, claro, pero la verdadera y más seria, más profunda dificultad es muy otra: es poder, llegar a poder, desde aquí, entrar en relación, en comunicación, con lo de allí, con aquellos enigmáticos manantiales.


Ramón Gaya, Pintor


Barceló
Los enigmáticos manantiales (Góngora) del Arte; lo que hay de Picasso en Picasso, lo que resta si raspásemos el óleo y el lienzo fuese reducido a puñaladas; lo que resta si hiciésemos retroceder toda la historia para eliminar así la complicada trama que urdió a la existencia del genio de Málaga, lo que resta si suprimiésemos sus gestos, sus palabras, sus asuntos interminables en París o en Barcelona; lo que resta si el genio español no hubiese hablado nunca con  Modigliani en el Lapin de Montmartre, o en lo de Stein con Matisse sobre la composición y el cubo; lo que resta si destruimos radicalmente todo vestigio suyo, es, pues, aquello imperecedero e irreal y sustantivo que lo hizo Picasso: Arte. Con fortuna anota Gaya: la jurisdicción del Arte es exiliada de toda humanidad, el tiempo del arte está antes de nuestro ayer, después de nuestro mañana, nunca en nuestro hoy, es vana la tarea de intentar fijar la sensación de la contemplación de una obra de arte en palabras. ¿No se ubica la tauromaquia en ese sitio baldío de toda presencia que no sea la suya misma? ¿No es algo tan sustantivo como el “Desnudo bajando la escalera”? Arte, es toda presencia ajena al mundo virginal y perecedero, perturbador por ello, incomprensible si no se resiste su avalancha, aterrador para aquellos quienes tenían pesadillas después de ver los lienzos de Marianne Gardner o sufrían convulsiones luego de ver las obras de Omar Rayo. Arte, es la transmisión más poderosa de un mensaje que queda desnudo al cobrar su existencia, creación en todo el sentido griego. Así, valdría la pregunta por el Arte en lo taurino, cuando son las quejas contra él las que confluyen en negar su estatus de producción artística.
La tauromaquia es la conjunción de toda plástica (el color, la luz, la forma, la composición, el sentido) y ello le valdría con suficiencia para delatar su carácter artístico. Mas en un ruedo, esa hermosa y áspera representación de la vida y la muerte, asisten a su vez elementos que lo subliman más allá de ser la simple brega de un hombre contra una bestia (música, patetismo, trama). Pareciera muy elemental y aliviado el intentar signar la tauromaquia como Arte por estas cosas solo, pero su imponencia es tanta que no basta con ver o sentir u oír para entender a los Toros en toda su magnitud.


Picasso

Una descomposición de todos los elementos plásticos de una Lidia de Toros arrojaría que, si detuviésemos esa escultura viva, el vuelo por el capote o la muleta de una bestia merced a la construcción racional de un hombre que para ello tiene que arriesgar su vida constituye un hecho de Arte indiscutible y meritorio. Una media verónica ajustada, un natural por abajo y templado, todo ello hace que la existencia equivocada y aparente de un Toro dentro de un ruedo se transforme en danza, en construcción, en necesidad y significado. Hombre y Toro rebasan su propia naturaleza para llegar a ser lo que nunca serían fuera del ruedo; indispensablemente esa transmutación es la que precisa el Arte para llegar allende esos “enigmáticos manantiales”, no es luz lo que hay en un Gaya o un Morales o un Vermeer, no es el claroscuro lo que hay en un Caravaggio o en un Velásquez o un Durero, aunque la representación formal de estos elementos sea, en justa apariencia, tan cercana y ceñida a la verdadera forma de la luz o el claroscuro; en realidad, media la pintura, media el mármol o el hierro, admirablemente median entre nuestra visión y la intensión del artista. Ese espacio en-ninguna-parte del Guernica Picassiano, ese pájaro muerto en el aire, ese Toro en pleno centro del cuadro con la expresión antinatural del horror, son en realidad el dulce puente hacia la inmortalidad del Arte, dulce puente que significa lo que el cuadro, pero cuyo objetivo está realmente más allá. La tauromaquia  ha sido catalogada de Arte en tal sentido, pues su contemplación implica un tránsito hacia la inexistencia del tiempo y el resto del espacio; no hay nada realmente fuera del ruedo y la tarde, ni nada más cierto y real que el juego de la luz de los abalorios del Torero y la oscuridad impenetrable del Toro. Sensación harto distinta a la que produce ver un pugilato entre hombres o una pelea de perros. En distinción de ello, una legión entera de artistas de toda latitud ha visto en la Tauromaquia un Arte, pues son avezados en las sensaciones que produce especialmente el Arte de verdad; una persona que, como Goya o Picasso o Fitschl o Botero o Cocteau—hablando de genios de toda latitud- , estando por su condición de artista en presencia del Arte todos los días, conociendo el Arte y el no- Arte como conoce el vino un experto catador, está más que en condiciones para afirmar que la Tauromaquia es un Arte, como en efecto lo han afirmado nuestros ejemplares artistas. Un golpe de total autoridad, por encima de aquellos quienes afirman lo contrario.
Indistintamente hay, entre taurinos y antitaurinos, algún lado equivocado, aunque nunca se termine de entender cómo es que Picasso o Dalí o Manet pueden estar equivocados en materia de Arte.
Ramos
Restando así el sentido: ¿Qué nos comunica la  simple distorsión del cuerpo humano en los cuadros de Giacometti o Bacon (taurino), para quien se pregunta:” de qué va como Arte un hombre deforme en un lienzo y nada más” sino la total vulnerabilidad e inanidad del hombre sobre la tierra? Giacometti ha podido signar este sentimiento opresivo en un simple hombre con cuerpo aparatoso (el Gean Jenet, en honor al inolvidable novelista Francés, taurino por demás) en lugar de toda una representación de la humanidad en pleno, sometida a toda calamidad. Y tal estética del horror, con el sobrepaso al cuerpo humano, no es discutida ni puesta en duda en su carácter de Arte; mas el estrato cruento de un Toro o un Torero (pues ambos pueden morir) dentro del ruedo, sí, mediando la moral. Sería necesario preguntar a los antitaurinos si el hecho de que Picasso torturase psicológicamente a Dora Maar para poderla pintar llorando le quita Arte a su excelente serie sobre el dolor femenino, o si el hecho de que Picasso pintase a unas putas para fundar el Arte Moderno hace de éste último una farsa al violar los topes de la moral acomodaticia de la sociedad.



La Tauromaquia no niega su carácter cruento y brutal, pues la Lidia de un Toro por un Hombre es precisamente una Tragedia; de la misma manera que no se protesta contra Sófocles al haber sometido al pobre Edipo a su destino, no se entiende nuevamente como la oposición fundamentalista hacia la lidia lo hace contra el torero que despena a un Toro en medio de un ritual respetuoso, conteniente de los más refinados y complicados protocolos de belleza y honor. Lo cruento, la "crueldad" que puedan alegar contra la Lidia, no excluye que sea un Arte, pues dentro de la construcción de obras artísticas no se precisa la no presencia de la sangre o el sufrimiento de los agentes, siendo que las reglas de cómo hacer Arte están en constante cambio, sin nada fijo que no sea la presencia de esa Eternidad a la cual nos lleva una Lidia buena o un cuadro de Tiziano. 


La Tauromaquia, esa escultura viva, esa música callada, esa tragedia última, es la representación más fiel y directa de la vida y la muerte; negarla con pudibunda es negar la realidad misma, pues no hay nada dentro de la Lidia que no esté dentro del mundo. Suprimir las Corridas sería así el esfuerzo estúpido de vaciar el mar con un balde, pues la Tauromaquia es lo que la vida y la muerte tienen de constante y trágico en la existencia, esa lucha constante de las fuerzas para sobrevivirse, lo vulnerable de los cuerpos, la belleza de la muerte digna, la carga emocional que conlleva la lucha entre dos vidas y dos muertes, la extensa suerte que somete al Toro y al Torero, pues en la Tauromaquia no hay nada escrito, ni dicho, ni pintado, ni nunca, como Arte, terminará de pintarse a sí misma.

Ramos
  

1 comentario:

  1. Enhorabuena, interesantísimo artículo como te comkenté en mi blog el libtro del arte!

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